La Morsa y el Carpintero es un poema incluído en la novela de 1871 A través del espejo y lo que Alicia encontró allí escrito por el escritor británico Charles Lutwidge Dodgson bajo el seudónimo de Lewis Carroll. El poema es recitado por Tararí y Tarará para Alicia en el cuarto capítulo.
Texto[]
- ¡Brillaba el sol sobre la mar!
- Con el fulgor implacable de sus rayos
- se esforzaba, denodado, por aplanar
- y alisar las henchidas ondas;
- y sin embargo, aquello era bien extraño
- pues era ya más de media noche.
- La luna rielaba con desgana
- pues pensaba que el sol
- no tenía por qué estar ahí
- después de acabar el día...
- «¡Qué grosero! -decía con un mohín-,
- -¡venir ahora a fastidiarlo todo!»
- La mar no podía estar más mojada
- ni más secas las arenas de la playa;
- no se veía ni una nube en el firmamento
- porque, de hecho, no había ninguna;
- tampoco surcaba el cielo un solo pájaro
- pues, en efecto, no quedaba ninguno.
- La Morsa y el Carpintero
- se paseaban cogidos de la mano:
- lloraban, inconsolables, de la pena
- de ver tanta y tanta arena.
- ¡Si sólo la aclararan un poco,
- qué maravillosa sería la playa!
- «Si siete fregonas con siete escobas
- la barrieran durante medio año,
- ¿te parece -indagó la Morsa atenta-
- que lo dejarían todo bien lustrado?»
- «Lo dudo», confesó el Carpintero,
- y lloró una amarga lágrima.
- «¡Oh ostras! ¡Venid a pasear con nosotros!
- -requirió, tan amable, la Morsa-.
- Un agradable paseo, una pausada charla
- por esta playa salitrosa:
- mas no vengáis más de cuatro
- que más de la mano no podríamos.»
- Una venerable ostra le echó una mirada
- pero no dijo ni una palabra.
- Aquella ostra principal le guiñó un ojo
- y sacudió su pesada cabeza...
- Es gue quería decir que prefería
- no dejar tan pronto su ostracismo.
- Pero otras cuatro ostrillas infantes
- se adelantaron ansiosas de regalarse:
- limpios los jubones y las caras bien lavadas,
- los zapatos pulidos y brillantes;
- y esto era bien extraño,
- pues ya sabéis que no tenían pies.
- Cuatro ostras más las siguieron,
- y aún otras cuatro más;
- por fin vinieron todas a una,
- más y más y más... brincando
- por entre la espuma de la rompiente
- se apresuraban a ganar la playa.
- La Morsa y el Carpintero
- caminaron una milla, más o menos,
- y luego reposaron sobre una roca
- de conveniente altura;
- mientras, las otras las aguardaban
- formando, expectantes, en fila.
- «Ha llegado la hora -dijo la Morsa-
- de que hablemos de muchas cosas:
- de barcos... lacres... y zapatos;
- de reyes... y repollos...
- y de por qué hierve el mar tan caliente
- y de si vuelan procaces los cerdos.»
- «Pero ¡esperad un poco! -gritaron las ostras-,
- y antes de charla tan sabrosa
- dejadnos recobrar un poco el aliento,
- ¡que estamos todas muy gorditas!»
- «¡No hay prisa!», concedió el Carpintero
- y mucho le agradecieron el respiro.
- «Una hogaza de pan -dijo la Morsa-,
- es lo que principalmente necesitamos:
- pimienta y vinagre, además,
- tampoco nos vendrán del todo mal...
- y ahora, ¡preparaos, ostras queridas!,
- que vamos ya a alimentarnos.»
- «Pero, ¡no con nosotras! -gritaron las ostras
- poniéndose un poco moradas-;
- ¡que después de tanta amabilidad
- eso sería cosa bien ruin!»
- «La noche es bella -admiró la Morsa-
- ¿no os impresiona el paisaje?
- ¡Qué amables habéis sido en venir!
- ¡Y qué ricas que sois todas!»
- Poco decía el Carpintero, salvo
- «¡Córtame otra rebanada de pan!,
- y ojalá no estuvieses tan sordo
- ¡que ya lo he tenido que decir dos veces!»
- «¡Qué pena me da -exclamó la Morsa-
- haberles jugado esta faena!
- ¡Las hemos traído tan lejos
- y trotaron tanto las pobres!»
- Mas el Carpintero no decía nada, salvo
- «¡Demasiada manteca has untado!»
- «¡Lloro por vosotras! -gemía la Morsa-.
- ¡Cuánta pena me dais!», seguía lamentando,
- y entre lágrimas y sollozos escogía
- las de tamaño más apetecible;
- restañaba con generoso pañuelo
- esa riada de sentidos lagrimones.
- «¡Oh, ostras! -dijo al fin el Carpintero-.
- ¡Qué buen paseo os hemos dado!,
- ¿os parece ahora que volvamos a casita?»
- Pero nadie le respondía...
- y esto sí que no tenía nada de extraño,
- pues se las habían zampado todas.
Apariciones[]
Película de Walt Disney[]
En esta película, el poema es mostrado como una canción. Aparte del nombre original, la canción es conocida por el nombre alternativo La Historia de las Ostras Curiosas.
- El sol salió para mandar
- cálido su fulgor,
- y en ese día de calor
- la luna iba a brillar.
- Y como el sol también brilló
- pudimos observar...
- A un Carpintero que a pasear
- con una Morsa fue,
- le sorprendió el encontrar
- arena junto al mar.
- «Señor Morsa, yo calculo
- que en un año por lo bajo
- barreremos esta arena
- si le agrada a usted el trabajo.»
- «¡Trabajo!»
- «Es tiempo ya...»
- «¿De descansar?»
- «...tirados junto al mar.»
- «Y no te pongas a barrer
- la playa y su arenal.
- No me hables de trabajo
- que para eso no nací.
- Holgar, vagar, esa es la ley,
- que así lo manda el Rey.»
- «Ostritas, os invito a pasear,
- no hay nada que temer.
- Primero andar,
- después charlar.
- Sería un gran placer.»
- «Sí, y si nos diera hambre al caminar
- nos las podríamos... comer.»
- La madre ostra sin tardar
- el peligro adivinó.
- Con la experiencia de la edad
- a sus hijas advirtió:
- «De gente hambrienta os debéis cuidar,
- y por ningún motivo
- los vayáis a acompañar.»
- «Sí, si, sí, claro, pero... jajá, jajá...
- Es tiempo ya de ir a pasear
- y de la mar salir.
- El mundo a ver y a conocer,
- os vais a divertir.
- Venid preciosas, ya veréis,
- tendremos un festín.
- Holgar, vagar, esa es la ley,
- así lo manda el Rey.»
- «Veamos, ¿qué nos falta?.
- ¡Ah! que venga el pan,
- tú ve a traer el pan.»
- «¿Quieres pimienta, sal y vinagre?»
- «Sí, sí, espléndida idea, ja, ja, espléndida...
- Y ahora, si estáis listas ostras queridas,
- empecemos el festín.»
- «¿Festín?»
- «Ah, sí, es tiempo ya de hablar aquí
- de nuestro gran festín.»
- «De especias y hierbas de olor
- que den un buen sazón
- haremos una salsa de sabor muy sabrosón,
- para comer según la ley,
- que así lo "monda" el Rey.»
- «Ay, ay, ay, qué triste estoy...
- ¡Oh, perdón!
- Por vos lo siento más,
- porque el placer que me habéis dado,
- oh, no lo sabréis jamás.»
- «Ostritas, ostritas...»
- Y nadie contestó.
- Y no fue nada extraño
- porque él se las comió.
- «Es tiempo ya...»
- Que así lo manda el Rey.